Juárez tirasup
¡¡¡Ah qué diablo de Isaí!!!

¡¡¡Ah qué diablo de Isaí!!! 18 de diciembre de 2018

Víctor Quintana Silveyra

Chihuahua, Chih.

Nadie ha enriquecido tanto el anecdotario de las luchas sociales en Chihuahua como Isaí Gómez. Lo digo sin temor a equivocarme y tengo dos razones de peso: muy pocas personas, tal vez con excepción de Gabino, su hermano, han participado en tantas luchas, y nadie que yo conozca que conjugara como Isaí la combatividad con dosis inagotables de charras y de buen humor.

Conocí a Isaí hace exactamente hace 30 años. Los dos arañábamos la cuarentena aunque nos sentíamos muy jóvenes. Lo invité a participar en la primera toma de carreteras del FDC para protestar por el primer plan de austeridad de Salinas. Todavía vestía juvenilmente: camisa multicolor de cuello grande y pantalón acampanado guinda de poliéster, sin sombrero y largas patillas.

Me examinó muy serio y me hizo varias preguntas para cerciorarse si no venía de la derecha. Luego accedió de muy buena gana y pocos días después fue quien llevó mas contingente a la toma de carretera, casi enfrente de su rancho. Era una soleada mañana decembrina, con un aire frío que bajaba de los cerros nevados. Ahí en la primera lucha en que participamos juntos nació nuestra amistad y ahí vi cómo la seriedad del primer encuentro empezó a convertirse en una fuente sin fin de chistes y de risas.

Y desde entonces no me lo quité de encima, Fue un cuchillito de palo que no permitía que me alejara de las luchas, de las demandas de la gente, que no me mareara en cualquier ladrillo, que apoyara a la gente estuviera donde estuviera. Cualidad casi inherente a la familia Gómez: así como él me chicoteaba en el noroeste, Mirna lo hace en Juárez o Gabino en Chihuahua, haya sido diputado, secretario o dirigente partidista. Gracias les digo.

En la vida y accionar de Isaí se condensan las luchas de los campesinos norteños contra esa hidra de mil cabezas que es -y sigue siendo- el neoliberalismo en agricultura. Pudo disfrutar de la tierra gracias a la lucha de su padre, su madre, sus tíos y él mismo con sus hermanas y hermanos y muchos familiares participaron en las últimas tomas de tierras, rurales y urbanas.

Luego vinieron las largas y constantes batallas para defender la tierra, el precio de lo que producía, para acceder a créditos y luego para defenderse de la usura, para lograr tarifas justas en la energía eléctrica para riego y combustibles a precios razonables; contra la competencia desleal de productos importados; para defender el patrimonio de las familias del campo contra la voracidad de bancos y agiotistas; para impedir la entrada de transgénicos al campo chihuahuense; para defender a las y los defensores de los derechos humanos y también para defender el sufragio de la gente.

El repertorio del accionar de los movimientos y de las protestas se vio muy enriquecido con las ocurrencias y propuestas de facto de Isaí: tomas de carreteras, de casetas de cobro, llevarle una caja con chapulines al gobernador; vaciar bodegas de maíz y de frijol; tomar puentes internacionales e instalarse en ellos, impedir desalojos, recuperar maquinaria embargada y un etcétera tan largo como las incansables luchas de las mujeres y los hombres de nuestro campo.

Los combates de Isaí vieron pasar varias siglas: el CDP, el FDC, el PRD, pero un nombre se quedó para siempre en el corazón y en su boca fue: El Barzón.

En él encontró camaradas de lucha, con él sirvió a quienes más lo necesitan, portó su bandera en cabalgatas, tractoradas y caravanas. Lo gritó mil veces en los llanos, en los desiertos, en las plazas, en la radio. Por el Barzón y por sus movimientos su corazón cada vez fue latiendo más fuerte y más rápido, tanto, que el día de antier su corazón incansable fue demasiado para su cuerpo fatigado. Y se fue a donde se encuentran todos los corazones generosos.

Pero no hubo batalla, no hubo movimiento que no estuviera aderezado con una ocurrencia, un chiste, o una acción inolvidable de Isaí.

Como cuando me susurró, luego de 8 horas de aguanieve en el Puente de Zaragoza: “Oye, ¿qué no nos irán a desalojar?”.

O cuando le respondió muy serio a una viejecita de Chihuahua que le preguntaba preocupada qué iban a hacer con una vaca amarrada en un plantón en la Plaza Hidalgo: “Nos la vamos a comer viva, Señora”, cosa que me valió una reconvención de la Sociedad Protectora de Animales.

O cuando me marcaba para decirme: “Oye, llama a la radio de Cuauhtémoc, empecé la chirinola pero luego me preguntaron algo que no sabía bien como iba a responder pero les dije, ahorita les responde Víctor”.

O cuando me avisaba que habían tomado un camión de asfalto del gobierno del estado para que le pidiera a la Secretaría de Obras que les diera más material para tapar los baches del camino a su ejido. O cuando, o cuando, hay interminables o cuandos…

Por eso, en todas las fogatas, en todos los plantones, en las resolanas que había durante los movimientos, una de las frases más repetidas, luego de una sonora carcajada era: “¡Ah qué diablo de Isaí!”.

Con sus intervenciones aprendimos que lo valiente no quita lo risueño, que la trascendencia de una demanda o una lucha no anula el espíritu del humor. Que los fríos, o las asoleadas, o la fatiga con risas son menos.

Por eso quise titular así este modesto, pero sentido texto, en honor de mi amigo: “¡Ah que diablo de Isaí!”. Porque su humor y su desenfado, su ser contestatario y anarquista lo hacían parecer para las mentes conservadoras y rígidas, como un diablo.

Pero un buen diablo, diría yo. Un diablo bueno, mejor dicho.

Pero siempre se refieren a los diablos malos. Lo que no sabemos es a dónde van los diablos buenos, los diablos generosos, los diablos dicharacheros, los diablos bromistas, los diablos entregados como Isaí.

No sabemos cómo se llama ese lugar, donde se vive esa otra manera de vivir que ahora vive Isaí. De lo que estoy seguro es que el lugar de descanso de los diablos buenos como El, es un lugar lleno de camaradería y muy divertido.

Gracias a la vida, gracias a las luchas que te trajeron con nosotros, Isaí, y nos dejaron compartir contigo batallas y risas.

Tu amigo

Víctor Quintana Silveyra