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La Tigresa y el Gato

La Tigresa y el Gato 5 de marzo de 2023

Irma Serrano, la última amante de José Alfredo Jiménez

Alfredo Espinosa

Chihuahua, Chih.

José Alfredo vivió el presente con toda intensidad; fue un compositor fecundo porque gastaba la vida con despilfarro. Sabía que no valía nada la vida, que sólo nos servía para irnos muriendo, que sólo daba tiempo para hacer la cruz de pesadumbres y el rosario de dolores, tomarse la del estribo, y partir al misterio de la noche. Sabía que sólo el amor, en su máxima entrega, lo podría detener un poco aquí en la tierra. 

Un ejemplo de cómo amaba José Alfredo lo expresa él mismo en una hermosa y reveladora carta que escribe a la «Tigresa» Irma Serrano un mes antes de morir. En esa carta resume sus características psicológicas, su concepción de la vida, su capacidad amatoria y la manera en que algunos acontecimientos afectivos conmocionaron su vida.

En esa carta comienza por decirle: «es que soy bohemio y queo que te queo mucho...» Enamorado aún, regresaba a los sentimientos infantiles del abandono con palabras que corresponden a las de un niño de dos años o a las de un borracho a las tres de la mañana. 

Al escribir estas líneas a la «Tigresa» también pensaba en su madre: «¿Qué va a pasar el día en que se muera tu amor? ¡Será igual al día en que se muera mi madre!» Líneas más abajo con el mismo tono de niño desvalido le dice: «Te quiero por tus manos cariñosas, por tus ojos que me miran con tanta ternura cuando me porto bien y con tanto odio cuando pido una copa. Te quiero por tu voz que me habla como una niña chiquita para consentirme y como vieja grosera para regañarme».

Al despedirse de la Tigresa, en la posdata escribe: «aunque a mí me esté llevando... ya sabes... te quiero, te quiero, te quiero, te quiero...» y lo repite treinta y seis veces, y abajo firma: Gato.

 


Irma Serrano, sin pelos en la lengua, refiere una anécdota en la que José Alfredo Jiménez le imploraba así: «Déjame solamente calentar con mis manos tus piecitos, me decía acariciándomelos, mientras yo, apoltronada en mi cheslón, alargaba con un pincel mis cada vez más prolongadas rayas de los ojos. En mi pose de tigre perezoso, él se extasiaba en una contemplación sumisa. Era un soñador auténtico que se entregaba total e incondicionalmente al amor.»

Hombre de largos tragos, de súbitas inspiraciones, siempre fue congruente hasta el último momento con sus canciones. No deja de resultar paradójico que José Alfredo Jiménez, de arraigadas dependencias emocionales, haya nacido en Dolores Hidalgo, la cuna de la Independencia.

Quizá uno de los retratos hablados más acertados del creador José Alfredo Jiménez, fue el que realizó el compositor Federico Méndez al cantarle, en el corrido que escribiera en honor al más grande compositor de México, las siguientes líneas:

José Alfredo, tú tienes el alma

llena de alegría, mariachi y canción,

porque Dios te ha llenado las venas

de guitarras, poemas y cuerdas,

con inspiraciones de amor y de penas

que llevas muy dentro de tu corazón.

Cuando la premonición de su muerte rondaba en sus palabras dichas en 1972, José Alfredo alcanzó a agradecer a su pueblo «que lo quisieran a él y a todas sus canciones»

Murió de cirrosis hepática como estaba obligado a morir porque siempre curó sus heridas con tequila. Quiso que lo enterraran en su pueblo y no en la Rotonda de Hombres Ilustres.

...aquí me quedo paisanos

Aquí es mi pueblo adorado.”

El pueblo lo despidió con flores, lágrimas, rezos, brindis y canciones. Cuando lo estaban velando, el Indio Fernández irrumpió con un mariachi y dos botellas de tequila para echarse el último trago con José Alfredo. José Alfredo esa vez no pudo acompañar al Indio pero sí lo hizo Chavela Vargas.

Desde el 23 de noviembre de 1973, José Alfredo ya no compone más, pero sus canciones, en este momento, son cantadas por miles de mexicanos. Su estatua preside las noches de Garibaldi y su espíritu las oscuras noches del alma.

Y aunque El Rey siga cantando, descanse en paz tras el epitafio que él mismo escribió:

La vida no vale nada.